Estaba sola en el apartamento. Por la ventana se lograban divisar las nubes grisáceas y las gruesas gotas de lluvia que golpeaban contra el pavimento. Todas las ventanas estaban cerradas, pero al interior de las habitaciones se sentía como si la borrasca estuviera recorriendo cada rincón. Ana, pese a estar debajo de tres capas de cobijas, no podía dejar de temblar, sentía como si el agua helada que azotaba las calles estuviera circulando a través de sus venas y progresivamente permeando sus huesos. Ella se estremecía entre las cobijas, rogando a Dios que el movimiento le permitiera sentir algo de calor. Sus manos estaban entumecidas, su rostro pálido y el ritmo cardiaco cada vez era más débil. Su respiración era lenta, pero entrecortada - Señor, ¡ayúdame! ¡AYÚDAME! – suplicó entre llantos. Permaneció callada unos instantes, rezando para hallar la fortaleza para salir de su tormento - ¡Dios! ¡Tienes que ayudarme! - Dios te ha dejado abandonada querida – dijo una voz susurra...
Digo puras mentiras y las paso por verdades... O digo puras verdades y las paso por mentiras... Depende, como todo en esta vida, del ojo que lo mire.