Su nombre era Jorge, un joven de 25 años. Alto, delgado, con un rostro que denotaba constante cansancio. Vivía en una gran ciudad, de esas que consumen , de aquellas que el solo hecho de habitar en ella implican vivir con ansiedad. Era contador, o eso decía su título... Porque él no se sentía contador. Es más no se sentía profesional. Se sentía, única y exclusivamente, trabajador. Daba igual qué carrera hubiese elegido, se iba, de una forma u otra, a diluir en un trabajo, a fundirse en él, a ser por él y para él. Tenía familia, o eso decía su apellido, pero no sentía ningún vínculo fraterno. Era el tercero de cuatro hermanos. No tuvo una infancia difícil: fue lo suficientemente estricta para convertirlo en un ciudadano funcional; no fue lo suficientemente traumática como para generar odio; y no fue lo suficientemente buena como para engendrar en él cariño. Su desinterés por su familia era solo eso, desinterés, ni odio, ni ira. Aunque se sentía profundamente agradecido con sus padres y...
Digo puras mentiras y las paso por verdades... O digo puras verdades y las paso por mentiras... Depende, como todo en esta vida, del ojo que lo mire.