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Matando el tiempo

Su nombre era Jorge, un joven de 25 años. Alto, delgado, con un rostro que denotaba constante cansancio. Vivía en una gran ciudad, de esas que consumen , de aquellas que el solo hecho de habitar en ella implican vivir con ansiedad. Era contador, o eso decía su título... Porque él no se sentía contador. Es más no se sentía profesional. Se sentía, única y exclusivamente, trabajador. Daba igual qué carrera hubiese elegido, se iba, de una forma u otra, a diluir en un trabajo, a fundirse en él, a ser por él y para él.

Tenía familia, o eso decía su apellido, pero no sentía ningún vínculo fraterno. Era el tercero de cuatro hermanos. No tuvo una infancia difícil: fue lo suficientemente estricta para convertirlo en un ciudadano funcional; no fue lo suficientemente traumática como para generar odio; y no fue lo suficientemente buena como para engendrar en él cariño. Su desinterés por su familia era solo eso, desinterés, ni odio, ni ira. Aunque se sentía profundamente agradecido con sus padres y hermanos, no sentía otra cosa que respeto, nunca los quiso.

Creía en Dios, o eso decía su acta de confirmación, aunque nunca se consideró un tipo religioso. Estudió en un colegio católico, donde aprendió una que otra cosa de la biblia, así como una colección de oraciones que le sirvieron en la vida para no quedar mal en frente de ceremonias y novenas. No iba a misa desde los 18, desde el día en que se graduó de bachiller. 

No resaltó nunca en nada, ni en su trabajo, ni en deportes, ni en el arte. Siempre fue un color gris con piernas. Fue la mediocridad en carne y hueso, hasta ese 15 de Agosto, día en el que una enfermedad respiratoria, que parecía al principio un simple resfriado, terminó por colapsar sus pulmones y quitarle la vida. Muy en contra de sus deseos, se encontró con vida después de la muerte: no le alcanzó el acta de confirmación para llegar al cielo, ni su apatía para ir al infierno. Quedó estancado en un purgatorio en tierra, dónde fue condenado a repetir, como alma en pena, eternamente su cotidianidad.. "¿Será que siempre estuve muerto?", se dijo, mientras se sentaba a hacer una declaración de renta. 

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