A lo largo de los años, he intentado hacer esta entrada en innumerables ocasiones. Hoy es otro de esos tantos intentos, si usted lo está leyendo, fue el primero de ellos exitoso. La música, cercana a todo el mundo - o eso quiero creer - aliada ella en estos meses de transición emocional, de oscilación, de soltar, de descubrir y redescubrir(me). La música vibra y hace resonar, sea a través del baile, sea a través de la emoción. Bebe ella mucho de las matemáticas, de la física, diría yo que hasta de la lógica, pero se puede disfrutar como si ella fuese magia: cuando hace falta, sabe esconder lo euclidiano que hay en ella, dando rienda suelta al flujo de intensidades que es capaz de albergar. Lo música mueve masas sin tocarlas, sincroniza cabezas, pies, corazones.
Hace 14 años fue la primera vez que toqué una guitarra. Bueno, al menos una de 6 cuerdas, porque en casa hubo toda la vida una en condiciones deplorables, pero con 2 cuerdas eternas, seguramente desafinadas, pero que contenían en ellas un universo infinito de posibilidades. En mi cumpleaños 14, mi hermana me regaló una guitarra eléctrica, abriendo la puerta a un flujo de ideas, de experiencias, a un infinito más infinito que el de las dos cuerdas. Hasta ese entonces, en su mayoría, fui agente pasivo de la música. Ahora podía, de cierto modo, conducirla. Y justamente conducirla, porque cada vez estoy más convencido de que la música es su propio ente universal, que toma prestados cuerpos, neuronas, falanges, labios, emociones, incluso instrumentos, para expresar su vibrar.
Hoy en día es mi compañera, yo no soy su compañero, porque ella va sola, libre, sin necesidad de acompañantes. Estos meses han sido torbellinos, de dolores y de dichas, y ella siempre ahí, como presencia transformadora, que ayuda a sentir y a expresar. Dichosos los músicos que reconocen la magia en su arte y no intentan ponerle grilletes. Dichosos los músicos que encuentran en la física, la matemática y la lógica herramientas y no cadenas. En la música están contenidas expresiones del ser, que persisten a través de los años, de los siglos, hay historia. En una sola pieza está todo el acontecer del universo. Ella es el acontecer del universo.
¿Exagero?... Depende. Si transito desde ella como magia, no. Se mueve mi pie al ritmo del compás, excede al inconsciente, al conciente, a la conciencia misma.Suena de fondo, de frente, siempre suena, fluye. Apacigua, incomoda, hace reír, hace llorar... Hace, eso es ella, hacer. La música es todo menos lo estático, lo inerte. Aún cuando es reposo es movimiento, transcurre... Siempre transcurre. Ella es catalizadora para la emoción contenida, en la memoria y en el corazón, atraviesa capas con facilidad, burla al olvido, a las armaduras, a las distancias, la música se burla con risa jovial de todos y de todo, bromea con los sujetos, coquetea con los objetos. Divina, profana, mundana. Es, y debo insistir, el universo mismo, en el misterio y la claridad. En ella cabe todo lo que puede ser creado.
Hay pa todos y pa toda ocasión, es eroticocelebrollantieuforiemociointelectual, múltiple, siempre múltiple. Son todas las voces del mundo al tiempo, en disyuntiva. Es el asunto más serio y más liviano de lo existente. Este texto no es otra cosa que un agradecimiento, a ella que es indiferente de mi, porque no tiene los límites absurdos de la voluntad, de lo conciente, de la razón. Contiene la lógica, pero no es ella. Es un agradecimiento a su accionar mágico, creativo, performático. Gracias: por salvarme, elevarme, moverme, conectarme, acompañarme, incomodarme... Gracias por remover el tejido muerto, por inyectarme de vida, pura y dura.
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