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¡Ah! entrada extraña, se escribió en momentos muy diferentes, osciló por aquí, osciló por allá...
Casi que no se publica...
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Otra vez yo
Para empezar necesito retomar la noción del "yo" que conceptualicé en la primera parte:
"Yo" es todo aquello que mantenga cierta forma, que persista cierto tiempo, y que se sienta como "mío" (...) En esa ficción de límite subjetivo, le llamamos "yo" a lo que tiene, de cierta manera, cierta consistencia: a eso que se mueve como un cuerpo gaseoso, en una amalgama, flexible porque se transforma, pero unida, al menos lo suficiente, para que pueda decir, esto de aquí es "mío", aquello de allá es "tuyo".
Suspendamos temporalmente la pregunta por el límite difuso entre el "yo" y el "otro" y retomemos esta última parte de la cita para definir escuetamente (mientras hacemos un análisis más riguroso) lo otro: es todo aquello que no sienta como mío. Una definición excesivamente simple, pero es un buen punto de partida. Esta definición de lo "otro" se aplica tanto cosas como personas y ocurre lo mismo con lo "mío". Por ejemplo, el jean que llevo puesto es "mío", un libro puede ser "mío", unos zapatos también. Así mismo pueden serlo mis ideas, emociones y sensaciones. Lo "otro" bajo está definición no necesariamente es aquello que no sea parte de mi universo psicofísico, delimitado por mi organismo, porque cosas como el jean, también recaen en eso "mío". Por supuesto, no voy a pretender que términos del "yo" sea lo mismo hablar de mi universo psicofísico, que de las cosas materiales que considero posesión. Decir "este jean soy yo" hace que uno alce la ceja, claramente no soy un jean.
Retomemos la imagen de la amalgama gaseosa. Supongamos que es una nube de gas de muchos colores, algunos se mezclan entre ellos, otros se mantienen sin combinarse. La nube está en constante cambio, el viento sopla y la mueve. Hay colores de la nube que, aunque hagan parte de la amalgama, están a penas ligados a ella, dan la sensación de que en cualquier momento pueden dejar de ser parte de esa nube, por otro lado, hay colores que están justo en el centro de la amalgama, aunque su forma se transforme, esos colores siguen relativamente estables; dicho de otro modo, los fragmentos de la nube que tienen esos colores, cambian constantemente de forma, pero están tan concentrados en el centro que es muy difícil que dejen de ser parte de la nube.
Si la nube es el yo, los fragmentos de color que están apenas ligados o cerca del exterior de la amalgama, serían los objetos materiales que son posesión: en otras palabras, "lo mío" que no hace parte del universo psicofísico del organismo (para dejar ese tufo abstracto, el jean es un ejemplo). Todo lo del universo psicofísico, haría parte de esos fragmentos que están en el centro (mis emociones, sensaciones, pensamientos, creencias). Algunas fragmentos están más arraigados al centro que otros. Estar en el centro no es garantía de permanecer para siempre como parte de la amalgama, pero si que sea más difícil que la abandone.
A ver, olvidemos que soy filósofo y dejaré por un instante de estar en las nubes (jeje). Aterricemos esto que acabo de decir a palabras más corrientes. En resumidas cuentas, cuando digo "yo", estoy hablando de todo lo que pueda enunciar como "mío". "Mías" pueden ser cosas materiales (mi cama, mi camisa, mis gafas, mi Playstation, etc.), pero "mías" pueden ser también cosas del cuerpo y la mente (mis brazos, mi cuello, mis creencias, mis emociones, etc.). Las cosas materiales aunque hagan parte de lo que yo soy, pareciera que son menos estrechas a mi identidad que las del cuerpo y la mente. Aunque mis creencias y emociones puedan cambiar constantemente, nadie puede sentir mis emociones en lugar de mí, nadie puede escuchar mis pensamientos más que yo, nadie puede decir que siente mi brazo como si fuera el suyo.
Aunque todo sea parte de lo que "yo soy", el cuerpo y la mente son los factores por excelencia que me permiten enunciarme como "singular" o "particular", pues a partir de estos es fácil decir, "este soy yo, ese eres tú". Basado en esto es importante hacer entonces hacer una precisión que no se hizo en la primera parte: hay dos componentes para hablar del yo, las condiciones persistentes y la condiciones particularizantes.
Las primeras son esas que permanecen relativamente constantes durante un periodo de tiempo, que sirven como referencia identitaria, sea porque forman carácter (en un sentido aristotélico, es decir, ese conjunto de hábitos que se repitieron tanto que se hicieron costumbre y que marcan la tendencia del comportamiento que tiene alguien), sea porque terminan siendo claves asociativas, es decir, cosas que se asocian directamente con nosotros (sea que esa asociación la hagamos nosotros mismos o la hagan los otros, sobre esto volveré más adelante). Una chaqueta no forja mi carácter, pero sí la uso seguido y durante varios años, inevitablemente terminará siendo algo con lo que la gente me asocie.
Las condiciones particularizantes son aquellas que de un modo u otro podemos decir que son "solo mías". Como ya dijimos, la mente y el cuerpo son excelentes ejemplos. Por supuesto, estas dos cosas son comunes a muchas personas, pero nadie siente "MÍ" cuerpo ni hila en su cabeza "MÍS" pensamientos. ¿Por qué separo unas condiciones de otras?, la razón es que una emoción y un pensamiento pueden ser muy fugaces, no persistir demasiado en el tiempo como para considerarse asociativa o parte del carácter, pero no por ello deja de ser menos particularizante. Está estrechamente ligada a la amalgama mientras existe, se sienten "muy propias". No hay nada que singularice más que una emoción muy intensa, así sea que lo haga por un periodo muy corto de tiempo. Por supuesto, las condiciones persistentes pueden ser también particularizantes y al revés, no pretendo hacer una separación estricta de una cosa y otra. La personalidad que depende del carácter de cada uno particulariza y pensamientos y emociones que se vuelven creencias también pueden ser persistentes.
Nubes en el cielo nublado
La elección de la imagen de la nube la tuve por dos razones, por un lado, por lo maleable que parece. El yo no es sólido, está en constante cambio e incluso la más persistentes de las condiciones puede transformarse en algún momento. La segunda, es que el límite de las nubes suele ser difuso, sobre todo cuando está en contacto con otras nubes. Por eso la elección de la palabra "particularización" sobre "individualización". Como si fuera teoría de conjuntos, el yo es un subgrupo de algo más grande, de algo colectivo, la nube por más "definida" que sea su forma, necesariamente se forma a partir de un conjunto de condiciones de su entorno y se ve afectada por estas mismas. No hay tal cosa como un yo átomo, independiente, hay una singularización, es decir, una agrupación de condiciones que se amalgaman en tanto que las podemos considerar "propias", pero que no por ello dejan de circular en el "todo".
Nuestro cuerpo ocupa un espacio con más cuerpos y es capaz de producir afecciones a esos otros. ¿Cómo podemos producir afecciones sobre algo sin compartir un escenario común? El yo jamás será autónomo o independiente, somos social, económica, biológica, física y moralmente en conjunto, desde el momento de nuestra concepción, hasta nuestra muerte, estamos en contacto con algo que nos excede, que no está dentro de nuestro dominio. No estoy diciendo que lo que nos excede es "lo otro", aún no he llegado a esa conclusión, solo estoy tratando de dar cuenta que el yo siempre lo pienso como un grupo de cosas que están contenidas también en un grupo más grande y que lo principal que tienen en común es que digo de ellas "mías", pero que no por ello me pertenezcan en exclusiva o estén herméticas, separadas entre un adentro y un afuera. Dicho de otro modo más escueto: para mí no existe "el mundo interior" y el mundo "exterior", ontológicamente ocupan un mismo espacio, solo que lo que llamamos "interior" no es más que un conjunto de condiciones cuya diferencia con otras es que nos las atribuimos. Este atribuirse suena místico, pero es que no hay forma de definirlo concretamente, más que apelando a la experiencia de cada uno. El yo es una capacidad de atribución y diferenciación, ni más ni menos. Pragmáticamente podemos decir que algo es propio y algo no... el yo no tiene prueba lógica sino (en palabras de Ricoeur) es algo que se puede atestar, somos testigos del yo continuamente, aún si no hay una forma certera de explicarlo teóricamente.
El yo surge como el resultado de un ejercicio de similitud y contraste... de agrupar cosas bajo esa categoría o de distanciarme de otras que no se sienten como parte de esta.
Todo esto para decir, "Lo otro" no es lo que está "fuera" del "yo", como ajeno a él, es lo que no atribuya como "mío".
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- Eres una persona muy extrovertida.
- ¿Extrovertido yo? yo no soy extrovertido, soy muy tímido.
- ¿Te parece? Yo lo veo distinto.
"Yo" no soy tu "tú".
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En términos identitarios el "yo" no será jamás el único factor a tener en cuenta, porque lo que reflexivamente me atribuyo puede variar a lo que los demás me atribuyan. El yo no es esencia, el yo no es algo constitutivo, el yo no es la clave última de la identidad. No existe un "es lo que verdaderamente soy", encontrarse uno mismo para mí es "elegir consolidar un conjunto de hábitos con los que me siento mejor y que están dentro de mis posibilidades. Así mismo, hacer lo posible por abandonar aquellos que siento que de un modo u otro me perjudican", ahondaré en esto cuando hable del problema de la imagen que otros tienen de mí (problema que empecé a articular desde la parte 2 y la razón por la cual decidí hacer esta parte 3).
Lo otro
Por ahora "lo otro" en general, ¿Qué no se considera parte del "yo"? Todo aquello que no se sienta mío ( aclaro que por ahora seguimos manteniendo por fuera del análisis el límite, la franja difusa entre el yo y lo otro).
Podríamos hablar de lo otro de dos maneras: lo que tiene conciencia y lo que no. Dado que los pensamientos y emociones dan cuenta de lo particular y son buenos insumos para decir que hay cierto "interior" ajeno (interior en el sentido ya mencionado, cómo un conjunto de condiciones autoatribuidas), lo otro conciente tiene ciertos matices que no permiten reducirlo a un análisis identitario de asociación. Mientras que lo que no tiene conciencia sí puede hablarse desde lo que es mío y lo que no, en un sentido reducido de la asociación.
Lo otro no-conciente
Como ya se enunció, dentro de la noción del yo hay un carácter identitario y uno singularizador. Lo otro no-conciente entraría desde la diferencia no identitaria, eso que no me atribuyo, que no es mío. No es mi carro, no vivo en esa casa, no me identifico con esa piedra, ese edificio, calle, bar... Esa cosa no me es familiar o no lo considero como algo importante que haga parte de mis condiciones persistentes.
Reconozco lo extraño que es esta enunciación... Lo otro no sería por ejemplo la chaqueta que tengo puesta o las cosas que tengo en mi cuarto. Hay cierta prevalencia a atribuir el yo a la conciencia, a la mente, a los pensamientos, a las creencias, pero considero que esta perspectiva refuerza la creencia de que hay un adentro subjetivo y un afuera objetivo, pero hace más sentido pensar que no hay adentro sin afuera, pero que siempre hay afuera sin adentro, nos morimos y lo subjetivo muere, pero el mundo sigue ahí, ignora impasible que el adentro haya desaparecido. Por ello debo repetir que el adentro, lo interno, no es más que un delirio de la atribución. Todo hace parte de lo mismo. Nacemos y el mundo ya está ahí, morimos y el mundo no muere con nosotros, ninguno de nosotros fue creado por sí mismo, y esa es suficiente prueba para decir que hay algo más que el delirio de atribución del yo. En ese orden de ideas, tiene sentido ampliar el espectro del yo a lo atribuido más allá del cuerpo y la conciencia y, por contraste, en encontrar el espectro de lo otro no-conciente en esas cosas que no están asociadas conmigo o que, simplemente no me identifico con ellas, ni me las atribuyo.
En resumen, este apartado no fue más que un esfuerzo por tratar de complejizar, redundar y sobreexplicar algo tan simple como es decir "lo otro no conciente son todas aquellas cosas que no considero que sean mías".
Lo otro consciente
Lo otro consciente o... para simplificar en el lenguaje cotidiano... El (los) otro(s). Para hablar del otro debo hacer una diferencia de categoría, por un lado, está el otro no-humano y en contraposición está el otro humano. Ambos los catálogo como capaces de emociones y/o con la capacidad cognitiva de dar cuenta de su entorno, los primeros los declaro conscientes, los segundos con conciencia (ver entrada: Análisis no exhaustivo de la conciencia para ahondar más sobre este punto). No es el espacio para discurrir ontológicamente en diferencias de grado, por ejemplo, entre lo que implica ser consciente para una bacteria o para un perro. La bacteria es capaz de dar cuenta de su entorno, recibir estímulos, procesarlos y tomar acciones con base en eso, pero no tiene un sistema nervioso capaz de generar emociones y mucho menos, pensamientos. Pero me centraré en lo otro animal, ese que de cierto modo podemos encontrar cierta familiaridad, cierto "interior" en tanto que se particulariza en emoción y procesa con inteligencia los estímulos (es capaz de aprender y tomar decisiones con base en experiencias pasadas).
El otro animal
No es difícil atribuirle cierto "interior" a lo animal, indicar que tiene cierta capacidad de decisión, de procesamiento lógico. Claro, en ese sentido la noción de interior es difícil catalogarla como lo hemos hecho hasta ahora, cómo una autoatribución: salvo que mañana despertemos perro u otro animal, no hay forma de saber que estos tienen o no una posibilidad de denominarse "yo", al menos no del mismo modo que nosotros. Sin embargo, si vemos cierta singularidad, incluso... personalidad. Habrá quienes digan que estás concesiones no son más que una humanización de lo animal (en mi caso sí estoy convencido de que la inteligencia y capacidad lógica y emocional de lo animal hace devenir en ellos cierta identidad, aún si no es autoreferencial), pero más allá de que estemos humanizando (o no) lo no-humano, reconocemos la singularidad porque nos sentimos aludidos por una similitud.
Vemos un conjunto de comportamientos y propiedades en lo animal que también nos atribuimos y por eso decimos que también podrían tener "interior". En ese orden de ideas, la detección del otro también se da, hasta cierto punto, por autoreferencia, nuestro delirio del yo, hace que veamos "tús" por todo lado, en otras palabras, "yos" que no son míos.
El otro humano
Ingenuo sería quedarnos solo con la reciente conclusión. No podemos decir que el otro está definido por el delirio del yo. Aún si somos justos con el argumento (no se dijo que el otro sea "definido", se dijo que era "reconocido" por el yo), estaríamos comentiendo el más solipsista de los errores si no damos cuenta de la propia singularidad del otro que es independiente (bueno, luego precisamos está palabra) del yo. La razón por la cuál podemos inferir más fácil que el otro humano tiene su propio delirio del yo, es porque es capaz de comunicarlo en un lenguaje que podemos entender con claridad. Y no solo me refiero al lenguaje verbal, sino a todo tipo de expresiones comunicativas que permiten al otro dar cuenta de su propia interioridad. Por supuesto que la posibilidad verbal es muy rica y puede ofrecer todo una amplia gama de facilidades para dar cuenta de los estados que consideramos propios, pero es solo un subgrupo del compendio completo de nuestra comunicación. Tenemos todo tipo de recursos para dar a entender lo que pensamos y sentimos, sobre todo a los de nuestra propia especie.
A través de la capacidad de comunicación podemos reconocer que hay un otro consciente con estados internos. Lo interesante de todo esto, es que ese otro también es capaz de reconocernos en tanto otro. Y todavía más interesante, somos capaces de reconocer que somos el otro del otro. Todo esto es demasiado obvio... en palabras pragmáticas, comunicarse con el otro es compartir emociones, pensamientos y creencias. No necesitamos experimentar de primera mano la interioridad que el otro para saber que existe... Espera... pero si el yo es un delirio... ¿Por qué decir que existe?... !Ah! Que algo sea un delirio no significa que no exista (ver la entrada La razón drogada, soñadora y alcohólica), significa que es frágil y mutable, que puede ser otra cosa en otro momento... Como la nube... Existe la capacidad de atribuirse singularidad, eso es innegable, de lo contrario cómo puede haber un lector leyendo esto y sacando sus conclusiones con base al texto. Pero... Eso no significa, que eso atribuido tenga algún tipo de esencia, o que defina ontológicamente una interioridad (se muere el yo y ... ¿A dónde se fue esa autoatribución? Lo que creemos que somos es terriblemente efímero y endeble... Pero... No por ello poco importante, por más endeble que sea el yo, hay singularidad y tiene sentido detenerse a pensar cómo la queremos vivir y qué queremos seguir autoatribuyéndonos sin que eso se convierta en cadenas o limitaciones, al contrario, lo que somos es una posibilidad múltiple, no una restricción única, de ahí la razón por la que escribí la parte dos de esta entrada)
Pero volvamos a la idea de que sabemos que somos "el otro del otro". Vale la pena detenernos sobre esa dialéctica. Si no fuera así, andaríamos por la vida creyendo que todo lo que existe son alucinaciones, que los otros son producto de nuestra mente. Pero a través de nuestra relación con lo otro, somos testigos de la tensión entre el yo y la alteridad, pero así mismo, entre la alteridad y el yo. Lo otro también intenta afirmarse, hay diferencia, existe lo heterogéneo, porque el otro también es capaz de hacernos ver su singularidad en oposición a la nuestra.
La frontera tú-yo
Aclaremos una cosa, al igual que con el interior y el exterior, la diferencia entre el tú y el yo, solo hace sentido cuando hablamos de la capacidad de designar cosas en cualidad de mío. Esa capacidad se produce y produce dentro de lo real. Pero ontológicamente, fuera de esa capacidad, la frontera carece de sentido. ¿Estoy diciendo que el sujeto es eso? ¿Una capacidad?... Más o menos, pero está capacidad solo es posible en la medida que haya un cuerpo. Por otro lado, lo que designa "mío" (o "nuestro" como veremos) está enmarcado dentro de un conjunto de redes, flujos y sistemas, el sujeto no es simplemente esa capacidad de identidad, es también el conjunto de condiciones que lo configuran.
Fronteras corporales
- ¡Dios mío! ¡No siento mis piernas!
- ...Lo que estás tocando son mis piernas
- ...
- ...
- ...
- Ya deja de tocarlas
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La noción de interior no surge de la nada. Nacemos y tenemos cuerpo. Analizar la identidad sin remitirse a la corporalidad es hacer una reflexión incompleta. ¿Dónde se da la posibilidad de auto designación si no es en el sistema nervioso? (En todo, no solamente el cerebro). La propiocepción delimita orgánicamente la identidad corporal. El otro cuerpo no es mi cuerpo y esa experiencia es clarísima. El cuerpo es un sistema de sistemas y uno de ellos posibilita la conciencia. La percepción corporal es una de las principales causantes del delirio del interior. El cuerpo siente, lo demás se siente. Ahora bien, esta posibilidad corporlar de propiocepción también depende de qué tanto procese el cerebro en esa experiencia fenomenal... Los otros cuerpos no se procesan en mi cerebro, los otros cuerpos, concluye la cabeza, no hacen parte del "yo".
Ahora bien, sin cuerpo no hay identidad, pero la identidad no la define solo el cuerpo. Ni siquiera la identidad corporal depende enteramente del cuerpo. La relación que tenemos con nuestro propio cuerpo está permeada por todo un conjunto de prácticas y flujos sociales. "Cuerpo de hombre", "cuerpo de mujer", "cuerpo de niño", "cuerpo sano", "cuerpo bello", el cuerpo no es sencillamente lo orgánico, es un sistema que interactúa con otros tantos. Lo que le pasa a nuestro cuerpo y cómo nos identificamos con él, necesariamente, está en relación con nuestro contexto.
Fronteras psicológicas
Otra dualidad que es solamente analítica: la diferencia entre lo físico y psicológico. Pero es difícil no hacer esta diferencia, en nuestro cotidiano no reducimos la personalidad a lo orgánico. La experiencia subjetiva pareciera estar en una condición ontológica diferente a la física. Esta no es la entrada para delimitar o decir si son o no de naturaleza distinta, está claro que el cerebro y la conciencia están estrechamente correlacionadas... Pero que el cerebro y la conciencia sean una y la misma cosa es una pregunta que se la dejo a los filósofos de la mente. Aquí la frontera ontológica es lo de menos, mi alcance identitario es solamente asociativo. Hay rasgos psicológicos que denominamos propios y otros que catalogamos ajenos.
¿Cómo suelo llamar a los rasgos psicológicos persistentes que asocio a una subjetividad?... Personalidad. Esta es singularísima, se consolida a partir de muchos factores sociales, políticos y genéticos. La historia personal de cada uno consolida de forma única nuestra personalidad y esta sirve de referencia para trazar esas fronteras del yo: intervienen tantos factores distintos en su consolidación que duplicarla es impensable. Podemos tener rasgos de personalidad parecidos, pero nuestro comportamiento nunca es el mismo que el de otro. Nuestro comportamiento es un factor identitario, a sujetos distintos, respuestas distintas... Ahora bien, seamos claros, la personalidad es singular, pero puede ser influenciada por factores comunes. La singularidad no proviene de una autonomía subjetiva, muchas variables (fuerzas orgánicas, económicas, políticas, tecnológicas, sociales, pedagógicas, etc.) entran en tensión para producir esa personalidad. Si nací en colombia, muchos de los aspectos de mi comportamiento serán reflejo de ese aspecto fortuito sobre el cual no tuve control; si nací dentro del núcleo de mi familia, varias de mis nociones de valor que afectan mi comportamiento serán resultado de las relaciones que se consolidaron al interior de esta. Pero mis hermanos no son iguales a mí... Aún si tuviera un gemelo, no hay forma alguna en que seamos lo mismo.
En resumidas cuentas, a partir de los rasgos de personalidad podemos hacer asociaciones identitarias que separan los sujetos y trazan la barrera del tú y el yo.
Nosotros
- Oye... ¿Tú y yo que somos?
- Personas
- ¡No! ¡Me refiero a qué tipo de relación tenemos!
- Interpersonal
- Agh que... ¿Somos novios o no?
- Ser novios es una forma de relación interpersonal
- Jmm pero es una que ya no tendremos.
(Juegos del) Lenguaje del amor
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Tanta insistencia que se hizo la sección pasada por hablar del contexto y los aspectos colectivos que juegan también su papel en la singularización del sujeto, era justamente para hablar de ese aspecto en común donde nos podemos identificar como parte de algo compartido. No todo lo colectivo lo llamamos nuestro. La identidad colectiva, esa asociación en la que la que el yo y el tu se solapan en el somos.
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Han pasado meses desde que empecé está entrada... Y cada vez siento más inocuo seguir haciendo este análisis tan frío y estéril. No lo borro, porque siento que varias de las cosas que escribí son de utilidad, pero creo que estoy muy lejos de mi objetivo original a la hora de escribir esta parte 3: entender por qué me afecta tanto la imagen. Por qué el ojo ajeno afecta el deseo subjetivo. Por lo que finalizo aquí el análisis ontológico (quizá de forma un poco prematura) y saltó al análisis más personal.
El Otro fantasma
El yo y el nosotros se solapan, la identidad subjetiva es siempre a su vez identidad colectiva. Yo como nodo de una red. ¿Qué espera esa red de mí? ¿Qué creo que espera esa red de mí? ¿Qué imagen procuro mantener para encajar/no generar malestar, en esa red? Ahí está el quid del asunto. Lo que más pesa es ese "yo social", esa autopercepción que se manifiesta a través de la percepción que considero que tendrán los demás de mí. Si el yo es un ejercicio identitario, esa asociación social hace parte de lo que soy y permea mis deseos. Dejemos el lenguaje pretencioso, en pocas palabras, me importa lo que digan los otros de mí, porque eso también es lo que creo que soy.
A ver, disequemos las afirmaciones, encontremos bien qué es lo que me afecta y hasta qué punto. Voy a formular hipótesis:
a) Me importa la opinión del otro, porque me gusta ser reconocido.
b) Me importa la opinión del otro porque quiero encajar.
c) Me importa la opinión del otro porque no me gusta generar incomodidad.
d) Me importa la opinión del otro porque necesito validación externa para sentir que estoy haciendo las cosas bien.
Aunque todas las hipótesis podrían tener un grado de verdad, son la c (miedo al conflicto) y la d (validación externa) las que considero que resuenan con mi condición.
Validación externa
Esta hipótesis (d) tiene dos aspectos que considero que podría analizar: validación indentitaria existencial y validación moral. La primera está relacionada con aquellas cosas que me gustaría ser (asociarme y ser asociado con), músico, cuentero, filósofo, escritor (todas las condiciones persistentes de la parte 2), pero que no estoy enteramente convencido que soy... Entra en tensión la expectativa, el deseo con la sensación de insuficiencia. Se contrasta la imagen fantasma con la inseguridad personal. ¿Qué hace que uno adquiera esas categorías? ¿Cuándo puedo decir que soy "cuentero", "filósofo", "músico"? Definitivamente la formación académica pareciera ser uno de los factores a considerar. Crecí con el cuento de que estudiar algo significa ser eso que se estudia. La academia se convierte entonces no solo en productora de profesiones, sino de identidades. "Eres lo que estudias y si no estudias no eres".
Por supuesto, soy muy consciente de que eso hiede, apesta a elitismo y a capitalismo (especialización técnica, en función de tu utilidad), pero qué calada que tengo en el alma esa noción. Un cartón valida un quehacer. Si no estudié música, soy pseudo músico, no uno de verdad. Ahora bien, no es la academia y ya, es el gremio, el conjunto de personas que se reconoce entre ellas mismas como pares profesionales, tienen un conjunto de valores que les permite avalar a alguien como capacitado para hacer un oficio, en la mayoría de casos por un cartón, en otros, por la repercusión que ese quehacer genera. La cuentería es un buen caso, "cuentero profesional es aquel que ha ido a festivales, que ha ganado tantos premios, que se ha presentado en determinados lugares... Que vive en su mayoría de la cuentería".
La dependencia económica de algo, es también aval de la identidad. Si vives de eso, eres eso, si no, es un hobby, un apéndice de tu identidad. De ahí la aparición del fantasma, el contraste entre lo actual y la imagen... La carencia es ficción, no es más que la sensación de angustia de no cumplir con requisitos abstractos. No estudié música ni soy reconocido en esa área... Definitivamente me siento menos músico que mucha gente, pero no es solamente un problema de autoestima como pude llegar a pensar antes de escribir esta entrada. Está relacionado también con ese componente socioeconómico de la identidad.
¿Cómo convertir el no soy "modelo" en soy "verbo"? Hacer termina por sellar el ser, soy lo que hago, no lo que no he hecho. Si hago música, soy músico, de pronto no un músico con título, pero tengo otro transfondo que puede enriquecer ese quehacer. Énfasis en el hacer (y en su posibilidad), no en lo que ya no se puede y no he hecho. Cuidar el discurso, no puedo seguir diciendo cosas que refuercen esa sensación de carencia, "soy músico pero"... No, soy músico y punto, así al principio me sienta extraño o tenga miedo que el receptor lo perciba se otra manera. La identidad se forja en colectivo, pero va en dos vías, si yo lo creo, la percepción ajena también empezará a ir en la misma línea. No puedo controlar cómo me perciben los otros, pero sí tengo influencia directa en aquello con lo que me autopercibo.
Tengo miedo, en general, de no ser capaz de devenir muchas cosas... Pero no se puede ser nada que no se intenta ni se explora. No puedo devenir nada que no esté en mis posibilidades, pero... Puedo cosechar esas posibilidades. Si quiero aprender a cantar, tomo clases de canto.
Tengo que ordenarme, tener algunas rutinas, forjar nuevos hábitos, la repetición hace a la persona también, afianzar es construir condiciones persistentes.
Por otro lado, la validación moral está relacionada con sostener una imagen... moral (evidentemente). Ser bueno, buen vecino, buen hijo, buen cualquier cosa que reciba validación colectiva. No quiero ser leído como mala persona, como alguien que no se ajusta a un conjunto de valores.
¿Por qué?
No lo sé, ¿algún arraigo desde la infancia/adolescencia? Muchas de las cosas en las que me congestiono pragmáticamente están asociadas a esto.
¿Por qué?
Pese a lo agnóstico... ¿Sigo siendo muy cristiano?
O...¿será más bien que tengo miedo a ser segregado?
¿Será más bien que le tengo miedo al conflicto?
Miedo al conflicto
Tuve que hacer el salto necesario a esta otra hipótesis porque está estrechamente ligada a la de la validación externa (especialmente a la validación moral). Cuando empezaba a formular esta hipótesis decía "no me gusta generar incomodidad": "generar incomodidad en otro" es producir una tensión entre algo que yo hago y algo que el otro percibe. Esa tensión la describiré como "conflicto", un desagravio (sea de menor o mayor grado) entre yo y alguien más. Trato de evitar producir la sensación de desagrado en los demás, me preocupa qué piensen mal de mí. O dicho de un modo productivo, quiero que piensen bien de mí.
Pero yo no leo mentes...
Y en ese orden de ideas...
Es mi propio pensamiento el que llena el juicio moral que el otro no verbaliza. Volvamos a la afirmación "quiero que piensen bien de mí"... ¿Porque me gusta agradar?... No, porque me aterra desagradar. Debo ir con ejemplos concretos:
- Toco la guitarra y canto en el apartamento, pero trato de no cantar tan duro para "no molestar a los vecinos". No me interesa caerle bien a los vecinos o que piensen que soy un increíble músico. Me interesa que los vecinos no piensen "qué pereza ya empezó a armar alboroto otra vez".
- Lavo la loza antes de que venga visita. No porque me interesa que me vean como alguien ordenado, sino porque no quiero que piensen que soy un desprolijo.
- Cuando le pago a alguien que le debo dinero, me invento una excusa de por qué no le he pagado antes (cuando la verdad es que me olvidé o no le di importancia), "hasta ahora me pagaron", "perdón me embolaté". No me interesa que piensen que soy responsable, me interesa que no piensen que soy descuidado.
En fin, muchos ejemplos que dan cuenta que lo que quiero no es cumplir un modelo, sino lo que quiero es que piensen que no lo incumplo. La preocupación es por el rechazo y no por el agrado. ¿Por qué? Soy incapaz de cumplir el modelo porque es pura abstracción, no se ajusta a lo que yo soy y no lo hará nunca, pero lo tengo tan arrigado que uso al otro cómo proyección de mi propio reclamo. El ojo ajeno es mi propio ojo exteriorizado. El yo social es el de la censura del modelo carencia. ¿Qué tiene que ver todo esto con evitar al conflicto?
Cambiaré mi enunciación, no es simplemente que quiera evitar desagravios con las personas... Es que quiero que los demás se sientan bien. No por encajar, por miedo y empatía. Crecí en un hogar donde el conflicto era un asunto cotidiano, pero estaba lejos de ser un conflicto sano. Aprendí a identificar con gran habilidad el estado emocional de los otros, especialmente cuando de tristeza, rabia u otra emoción "negativa" se trataba. Identificar con rapidez las señales que podían anteceder al conflicto era esencial, para frenarlo o para tomar acciones para mitigarlo.
Mucho ha llovido desde aquellos días de infancia, las relaciones y formas de comunicación han ido madurando y se han transformado. Pero hay resquicios de aquellos días. Creo que está en mi constitución ser empático, pero potencié esa habilidad hasta llevarla a altos límites de sensibilidad.
La empatía y el miedo solían ir de la mano, pero la empatía muchas veces se confunde con la imaginación y ahí están todos los ingredientes para explicar el hábito moral de evitar el conflicto. Una regla de comportamiento "no desagradar a nadie", originalmente tenía un sentido práctico "porque cuando desagradas, las cosas se ponen muy difíciles", pero ahora ya no es como cuando era niño, el fin práctico se perdió y solo quedó la fuerza del hábito. Ahora me imagino consecuencias que no vienen. Ahora bien , si agregamos "el modelo", "la abstracción" que he venido comentando a la ecuación, "no desagradar" se convierte en "cumplir una expectativa"... Una que no es posible cumplir, porque el "deber ser" flota lejos de la materialidad. Evitar el conflicto se vuelve una forma de vivir en la que evidentemente nunca nada será suficiente... En la que nunca seré suficiente.
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No sé muy bien cómo terminar está entrada, lleva varios meses en construcción y siento que aplazar su publicación más tiempo es como dejar que un alimento exceda su fecha de caducidad... No sé si dije todo lo que quería decir, pero esta publicación se ha convertido en un Frankestein, en una mezcla emocional que ha juntado sentires en diferentes momentos del tiempo. Tanto así que corre el riesgo de perder su sentido y convertirse en un amasijo de palabras sin más. Para que eso no pase... La dejo hasta aquí.
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