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Razón, amor, dependencia y dolor.

La razón siempre ha sido para mí, el arma más poderosa que poseo. No porque la considere superior, ni mucho menos porque crea que es ella quien otorgue respuesta a cada cuestión de la existencia. Sencillamente porque es la facultad que me permite caminar más cómodo. La razón es mi ataque y mi defensa frente al mundo me permite ir de frente ante las adversidades, preverlas y evitarlas. Pero es tan poderosa que tiende a volverse injusta conmigo, tiene la capacidad de divisar tantas opciones que me niega la posibilidad de abordar otras que no sean propuestas por ella.

 Pocas veces en mi vida ella ha perdido el control sobre mí... El amor fue el primero en hacerle frente, la golpeó y por unos instantes la dejó fuera de combate... El amor es irracional y no da cabida para ningún argumento lógico. La razón cedió y por un corto periodo de mi vida, amar se volvió el motor de mi existencia. El amor es compañero de la felicidad y da resultados mucho más satisfactorios que la Razón... Sin embargo, no es correcto darle el control solo a él. Sin apoyo de la razón, el amor puede convertirse en dependencia, que es el estado más lamentable al que se puede ver a una persona cuya esencia gira en torno a razones lógicas y no pasionales. Me convertí en el Alekséi Ivánovich de Dostoievski,  perdiendo la cabeza por una Polina cuyo proceder era frío y calculador, como el mío, pero en un grado mucho mayor.

Fueron varios meses de ese estado deplorable, hasta que finalmente Polina decidió finalizar esa relación mutante, llena de anormales expresiones de cariño y supuestas acciones desinteresadas. Fue allí donde el siguiente sentimiento hizo su aparición, el dolor, acompañado de la tristeza. Lo he expresado en otros lugares, permitirse sentir el dolor es sano, porque nos deja aferrarnos a una realidad sin máscaras. Pocas cosas son tan reales como el sufrimiento, tan vivas, pero a su vez, tan desagradables. Fue entonces que, de manera inapropiada y sin permitir al dolor persistir el tiempo necesario, apareció la razón de nuevo para tomar las riendas de mi vida. Pero regresó con fuerza, no iba a permitirse ser destronada de nuevo y bloqueó el dolor con razones, con argumentos, con motivos coherentes para no sentirlo. Yo no tenía miedo de mostrarme débil ante los otros, ya llevaba mucho tiempo en un estado vulnerable. Tenía miedo de seguir sintiéndome frágil, de desmoronarme por motivos pasionales, ¡Yo!, el hombre metódico, el hombre de convicciones filosóficas, ¡Yo!, quien algunos años antes consideraba imposible verme en tales circunstancias.

Por lo que me armé de una armadura, inhibí esas sensaciones, me levanté y miré hacia adelante, sin hacer el proceso adecuado para ello. Como aquel guerrero que sin sanar sus heridas, va de manera imprudente a luchar de nuevo. Lo más irónico, mi razón sabía que procedía de manera equívoca, sabía que no era la mejor forma de conducirme, pero el miedo la hacía operar una forma muy particular. Utilizaba sus capacidades en su contra, la convertía en su propia enemiga, en mí enemiga. Ella, la que me ha permitido caminar con seguridad por el mundo, procedía insegura de sí misma, pero sin detenerse, arrasando con cada obstáculo que se le presentaba. La armadura fue construida de forma sólida, no solo hizo prisionero al dolor... destruyó todo lo demás, los escondió en un rincón oscuro de mi esencia... convirtiéndome en un repugnante ser apático, incapaz de sentir, incapaz de llorar, incapaz de levantarse y apreciar los detalles de la vida.

Polina no fue la culpable, ni el dolor, ni la tristeza. Fui yo, conducido por el miedo, aterrado de estar caminando por terrenos desconocidos e inestables. He de admitir que la vida se tornó mucho más simple, mi proceder diario se tornó tranquilo... Demasiado tranquilo... se hizo estático. Llegué a pensar que ese era mi verdadero yo, aquel que no se deja vulnerar, aquel al que nadie puede herir. Mentiras, lo sabía, pero la Razón seguía engañándose. Mentir se le da muy bien a ella, porque ha fallado tantas veces en su búsqueda de la Verdad, que se ha hecho experta en la naturaleza de la Mentira.

Pero un engaño de ese estilo no podía durar para siempre, algunos meses después aparecería una nueva Polina... No...no era como Polina, pero su forma de proceder me es tan inusual que no encuentro un personaje para asociarla... Su esencia era netamente sentimental, ella operaba de forma completamente opuesta a mí. A los pocos días de estar juntos, notó con mucha facilidad la armadura que llevaba puesta y se sintió herida por ella. ¿Qué tan difícil debe ser para una persona como ella, tan cariñosa y dulce, estar con alguien que, no sólo es parco en su forma de ser, sino que había potenciado esa actitud por las diversas situaciones que habían ocurrido pocos meses antes?, No lo sé, no me creo nunca capaz de entenderla... Puedo considerarla, puedo intentar mirar desde su lado, pero no se despierta en mí otra sensación más que culpa. Pero no de aquella que carcome, no, de aquella que solamente avisa que algo no es correcto. Es más, considero que sensación no es la palabra apropiada para describirla... Es la culpa que se tiene... porque se supone que se debe sentir... porque la Razón sabe que es lo apropiado sentir... aunque no la sienta.

Pero esta "culpa", que ella logró hacerme notar... me hizo sentir incómodo con la armadura, la siento ahora pesada y difícil de cargar, pero no puedo quitármela. Es muy difícil vivir con ella, es agotador dejar que me acompañe y saber que la llevo puesta. Al día de hoy - y estoy seguro que no será por siempre -  a las 00:03 am del 13 de septiembre, la única sensación que puedo reconocer es la incertidumbre y la melancolía. No quiero condenar a nadie a la Razón absoluta, no quiero seguir condenado a ella, quiero dejar que se rompa... Pero depende de mí, hasta que no logre domarla seguirá siendo mi opresora, hasta que no logre franquearla, no podrá volver a ser mi aliada. Finalizo aquí mi texto, sin saber si quiero que sea leído, pero escribir ayuda a nombrar y quizá... ¿Nombrar ayude a sentir?

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