Danilo terminó de contar el dinero y lo recontó dos veces más - ¡No puede ser! ¡Por fin está completo! - Veinte años le había tomado reunir toda la plata y ahora la tenía en su poder. Por fin podía comprar el apartamento que había estado mirando para su familia y lo mejor... ¡De contado! Sin tener que endeudarse con ningún banco. Tomó su celular y marcó el número del vendedor - ¿Aló? Señor Ramirez, si cómo está... Yo también bien muchas gracias, lo llamaba para decirle que ya tengo el dinero para comprar el apartamento... ¿Cómo así que ya lo vendió? ¿Pero ya firmó papeles o algo?... ¿No?...¿El comprador viene al medio día?... No, no, espéreme, yo le llevo la plata de una vez, se la entrego de una en efectivo... Sí, sí, no me demoro, en media hora estoy allá, espéreme usted - colgó el teléfono, puso el dinero en un sobre de manila y lo guardó en el bolsillo interno de su gabán.
Salió de su casa con mucho apuro para dirigirse a la estación de trasmilenio, si quería llegar a tiempo era la única alternativa que tenía. El día estaba hermoso, las nubes eran grises y los rostros de los transeúntes iban apagados por la calle, pero lo que él veía era una preciosa mañana, por fin había logrado reunir la plata suficiente para garantizarle a su esposa y a sus hijos la vida que tanto se merecían. Maniobró entre las aceras con habilidad mientras observaba con insistencia el reloj - Me toca por aquí - dijo, a la vez que ingresaba a un callejón solitario que le ahorraría al menos cinco minutos de trayecto.
Lo siguiente ocurrió muy rápido, en medio del callejón sintió dos manos sujetarlo por los hombros - ¡Mire para el frente! - dijo una voz joven y masculina - ¡páseme toda la plata cucho marica! - dijo otro mientras presionaba contra su costado un objeto metálico y punzante. Danilo tuvo una sensación helada que le recorrió su espina dorsal, del atlas a la lumbar. Angustiado, sintió cómo sus palabras se atoraban en su garganta - Yo... yo no... no tengo nada... déjenme ir... por favor - respondió - Usted se va a hacer matar hijueputa, ¡pásemelo todo! - motivado por el temor de que le robaran lo que traía, se zarandeó con velocidad y consiguió escapar de las manos de los hombres. Cargado de adrenalina, avanzó un par de metros dirigiéndose hacia la salida del callejón.
Sin embargo, casi al instante, sintió el peso de los muchachos que se abalanzaban sobre él y lo arrojaban al suelo. Un dolor agudo, pero fugaz, se hizo presente en su garganta, cuando una cuchilla fría y afilada, recorrió contundentemente la piel de su cuello. No tuvo tiempo ni siquiera de gritar, en muy pocos segundos la luz de sus ojos se apagó. Los hombres levantaron el cuerpo y lo movieron hacia uno de los muros del callejón. Hurgaron los bolsillos de su pantalón y robaron el celular y la billetera. Posteriormente, abrieron la cremallera del gabán y, cuando se disponían a revisar su interior, escucharon el sonido de una sirena retumbar por una de las calles cercanas - ¿Esa es una ambulancia o la policía? - preguntó uno de ellos - No sé, pero no me voy a quedar para saberlo, mejor nos pisamos de aquí - dicho esto, emprendieron huída, dejando el cuerpo del Danilo tendido en el suelo sobre un charco de sangre.
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Danilo abrió los ojos, una extraña sensación de levedad se mecía por cada rincón de su cuerpo - ¿Qué pasó? - confundido giró la mirada y vio su cadaver contra el muro del callejón - ¡Ah! ¡Es verdad! - dijo sin mayor sorpresa - estoy muerto - apartó la vista de su cuerpo inerte y dirigió la mirada hacia sus manos. Las movió suavemente; sus palmas y falanges parecían estar recubiertas de un velo blanco. registró con la mirada atenta el resto de su cuerpo y notó que el velo se extendía por cada milímetro cuadrado de lo que antes estaba cubierto por piel - Vea usted, qué curioso - alzó la mirada al cielo. Su expresión denotaba una extraña calma analgésica. Tenía claro lo que debía hacer ahora. Antes de partir de este plano, quiso mirar una vez más ese recipiente que solía transportar su vida. Se acercó despacio al cadaver mientras la nostalgia se acumulaba en su pecho - Gracias cuerpecito por llevarme tantos años - le echó una ojeada de pies a cabeza y se dio cuenta de algo que lo hizo salir inmediatamente de ese estado de trance que hasta ahora llevaba.
Habían abierto la cremallera de su gabán, pero el sobre de manila con el dinero aún se asomaba sutilmente por el bolsillo interno - ¡No se lo llevaron! - exclamó emocionado - ¡No se lo llevaron! ¡Eso significa que si alguien encuentra mi cuerpo y le avisa a la policía, ese sobre aún se lo pueden dar a mi familia! - Sus ojos se llenaron de esperanza - Yo no me puedo ir de aquí todavía... ¡No hasta que me asegure que ese dinero resulte en las manos de mi mujer y mis hijos! - sus deseos de darles una vida digna eran tan fuertes, que lograron traspasar los límites de la muerte. Caminó hasta la salida del callejón e intentó llamar la atención de los pocos transeúntes que paseaban por la zona. Sin embargo, como ya lo imaginaba, continuar intentándolo era inútil, pues ninguna de las personas lo escuchaban, ni se daban cuenta de su presencia. No tenía de otra, solo podía esperar a que alguien pasara por ese callejón y se diera cuenta de que su cadaver se encontraba allí.
Así que eso hizo, se reclinó sobre la pared... Y esperó. Las horas pasaron y él no se movió del lugar, no solo porque quería estar atento en cada momento de la situación de su cuerpo, sino porque tampoco tuvo la necesidad de moverse de esa pared; ya no tenía que preocuparse por el hambre, la sed, el frío o el cansancio físico. El sol poco a poco se fue escondiendo en la lejanía y el cielo se tornó naranja. Ni un solo ser humano había decido caminar por allí - Tal vez al único idiota que se ocurre andar por este callejón tan solitario es a mí - pensó un poco molesto. El firmamento naranja se transformó en uno morado oscuro y, a medida que la noche avanzaba, cada vez se escuchaban menos pasos y motores de automóviles en las calles cercanas. Finalmente, en las horas de la madrugada, parecía que el barrio se había convertido en un cementerio, ni un alma viva parecía movilizarse por el lugar. No durmió en toda la noche, así hubiese querido hacerlo, dormir es un privilegio que solo tienen los vivos - Cómo es posible que ya esté saliendo el sol y todavía no haya venido nadie - exclamó irritado.
Los pasos y los motores empezaron a oírse de nuevo y, con ellos, volvió la esperanza de que alguien encontrara su cuerpo.
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A la quinta noche, luego de perder en innumerables ocasiones la paciencia y oscilar entre diversos estados anímicos, Danilo se recostó al lado del cadaver, se sentía infinitamente frustrado. Había pensado en varias ocasiones en dejar las cosas así e irse, sin embargo, el deseo de ayudar a su familia lo mantenía atado a este plano - tengo que asegurarme, tengo que asegurarme, todavía no me puedo ir - observó con atención hacia las estrellas - mientras el sobre siga conmigo tengo esperanza - Dejó que los pensamientos recorrieran el firmamento y se sumergió entre recuerdos.
Unos minutos después, el estruendoso ladrido de un perro capturó su atención. El animal ladraba con fuerza y cada vez se escuchaba más cerca - no puede ser - se dijo Danilo nervioso. La silueta de un pastor alemán se asomó por uno de los rincones del callejón. El perro se acercó corriendo hasta donde yacía su cuerpo sin vida y olfateó la herida en el cuello - el olor... ¡claro! debe estar fétido, ¡eso fue lo que lo atrajo! - El perro ladró de nuevo frenéticamente como si quisiera llamar la atención de alguien - tiene collar... ¡el perro tiene collar! ¿Será que viene el dueño? - Danilo no tenía corazón, pero sintió como si su pulso se hubiera acelerado - ¡Sigue ladrando perrito! ¡Sigue ladrando! - gritaba con emoción - ¡Más fuerte! ¡Que te escuche todo el vecindario! - el perro continúo haciendo ruido, hasta que por fin ocurrió lo que tanto esperaba.
Un hombre apurado y con una correa en la mano ingresó al callejón corriendo - ¡Qué te pasa Polo! - dijo molesto - ¡Por qué te fuiste así! - Danilo gritó desesperado - ¡Ahí estoy! - exclamaba, mientras señalaba el lugar donde se había detenido el perro a oler - ¡AHÍ ESTOY! - la escasa luz evitaba que el hombre pudiera ver el cuerpo cubierto de sangre - ¡Aquí huele terrible! ¡Vámonos Polo! ¡Vámonos que esta zona es peligrosa! - el animal continuó insistiendo y se rehusaba a moverse hasta que el dueño no se acercara - ¿Qué quieres Polo? ¡Vámonos! - Finalmente, después de unos segundos de discutir inútilmente con el perro, el sujeto decidió mirar más de cerca cubriéndose la nariz con asco.
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Poco más de hora y media después, el callejón se encontraba acordonado, en las calles aledañas había una ambulancia, una patrulla de policía y algunos miembros de criminalística de la fiscalía. Danilo observaba la escena con mucha felicidad, las últimas noches de desesperación habían valido la pena. Tenía una sonrisa de oreja a oreja - ¡Ya casi termina todo! - el sonido de las radios policiales eran como música para sus oídos, como la coda de una incómoda melodía que resolvía la tensión satisfactoriamente. Los oficiales iban y venían, cruzaban palabras, se hacían señas. Algunos agentes se encontraba entrevistando al dueño del pastor alemán que daba detalles de cómo el perro había dado con el cuerpo.
Dos integrantes de criminalística se acercaron, delimitaron con tiza el lugar del incidente y tomaron algunas notas. Posteriormente uno de ellos ordenó - revise si trae identificación - el otro asintió con la cabeza. Este último se arrodilló y lentamente palpó los bolsillos del difunto. Danilo estaba emocionado, estaban a instantes de hallar el sobre. El hombre de la fiscalía revisó en primer lugar los bolsillos del pantalón, al darse cuenta que se encontraban vacíos, continuó con los bolsillos externos del gabán, tras no encontrar nada, inspeccionó el bolsillo interno. Danilo no parpadeaba, no quería perderse ni un segundo de la situación - encuéntrelo, ¡encuéntrelo! - dijo con exaltación.
El sujeto de criminalística halló el sobre y observó con una linterna el contenido sin sacarlo del gabán. Sorprendido, pero sin llamar la atención, giró la mirada sigilosamente para determinar quién estaba cerca. Los agentes de policía estaban ocupados entrevistando al dueño del perro y su compañero estaba buscando evidencias en el lugar. Muy despacio y sin hacer ruido, tomó el sobre, lo llevó hasta su espalda, se levantó el chaleco y la camisa, y lo guardó entre de su ropa interior. Se incorporó del suelo lentamente y, con disimulo, se bajó el chaleco del uniforme para cubrir el bulto de billetes. Alzó la cabeza y con mirada hierática le dijo a su compañero - No, a este pobre hombre lo debieron asaltar, no tiene nada encima.
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