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Mostrando entradas de 2023

Declaración existencial y ontológica del querer y no querer. Parte 1: el yo

No escuché el deseo que subyace bajo el yo, no seguí la fuerza de su acto creador.  Me he arrodillado ante la fuerza de lo otro, he callado a gritos que de mío connoto. Me he visto expuesto a la brutal disonancia, de eso que rechazo y que permití a sus anchas. No hay deseo malo, pero hay formas que lastiman, no hay deseo bueno, pero hay otras que liberan. Y ante las consecuencias del desequilibrio...Transité dolores, pero hallé respuestas.  Si le preguntas al sufrir, puede que te dé lecciones, pero hay otros maestros con mejores estrategias. Y como en el andar me crucé con su escuela...me robé enseñanzas, pero renuncié a sus formas. De lo que aprendí, aunque por oposición, es a trazar líneas con rotundos "no". A presentarme firme ante las fuerzas destructivas, a enterrar los pies en la tierra innegociable. Una de las formas de producir identidad, es en el dicenso, la resistencia y la diferencia. Exclamar "no quiero" es afianzar un yo...  "Yo" es todo aquel...

Matando el tiempo

Su nombre era Jorge, un joven de 25 años. Alto, delgado, con un rostro que denotaba constante cansancio. Vivía en una gran ciudad, de esas que consumen , de aquellas que el solo hecho de habitar en ella implican vivir con ansiedad. Era contador, o eso decía su título... Porque él no se sentía contador. Es más no se sentía profesional. Se sentía, única y exclusivamente, trabajador. Daba igual qué carrera hubiese elegido, se iba, de una forma u otra, a diluir en un trabajo, a fundirse en él, a ser por él y para él. Tenía familia, o eso decía su apellido, pero no sentía ningún vínculo fraterno. Era el tercero de cuatro hermanos. No tuvo una infancia difícil: fue lo suficientemente estricta para convertirlo en un ciudadano funcional; no fue lo suficientemente traumática como para generar odio; y no fue lo suficientemente buena como para engendrar en él cariño. Su desinterés por su familia era solo eso, desinterés, ni odio, ni ira. Aunque se sentía profundamente agradecido con sus padres y...

Sobre la música

A lo largo de los años, he intentado hacer esta entrada en innumerables ocasiones. Hoy es otro de esos tantos intentos, si usted lo está leyendo, fue el primero de ellos exitoso. La música, cercana a todo el mundo - o eso quiero creer - aliada ella en estos meses de transición emocional, de oscilación, de soltar, de descubrir y redescubrir(me). La música vibra y hace resonar, sea a través del baile, sea a través de la emoción. Bebe ella mucho de las matemáticas, de la física, diría yo que hasta de la lógica, pero se puede disfrutar como si ella fuese magia: cuando hace falta, sabe esconder lo euclidiano que hay en ella, dando rienda suelta al flujo de intensidades que es capaz de albergar. Lo música mueve masas sin tocarlas, sincroniza cabezas, pies, corazones.  Hace 14 años fue la primera vez que toqué una guitarra. Bueno, al menos una de 6 cuerdas, porque en casa hubo toda la vida una en condiciones deplorables, pero con 2 cuerdas eternas, seguramente desafinadas, pero que conten...

Un amor bonito

Nunca me ha gustado hablar en términos de merecimiento. La meritocracia me parece profundamente dañina... Pero si hoy hablo de "merecer" no es en términos competitivos ni con vicios morales. Es un proceso de terapia, de darme palmaditas en la autoestima, es un "hombre, ya pasaste por cosas complejas, aprendiste y enseñaste, pero... Ahora es tiempo de partir y esperar porvenires menos agitados, menos turbulentos". Lo turbulento nunca será sinónimo de malo, muchos tesoros subyacen bajo el mar picado. Pero ya quiero buscar aguas tranquilas. Merezco un amor bonito, que me quiera, que se preocupe por mí, que me permita caminar de su mano, que se alegre de mis éxitos y que yo me pueda alegrar de los de ella --para mí, por ahora, "ella", para otros "él" o "elle-- Merezco un amor bonito, que trate con tacto los dolores y heridas, no para cargarlas por mí, ni para curarlas... solo, para procurar no hacerlas más grandes. Merezco un amor bonito, que am...