Siento una envidia profunda por los poetas. Estos que hallan en lo cotidiano la materia de sus actos creativos vitales. Siento envidia por los poetas tristes, por los poetas melancólicos, por los poetas que sienten con tal intensidad que la acción de escribir se convertierte en un navegar por aguas turbulentas, aguas en las que se ven obligados a comprimir la inmensidad del sentir en las cajas de las palabras.
Odio la poesía. Porque no la entiendo, porque me elude, porque cuando he intentado volar en sus alas termino arrancándole las plumas. Mi poesía no es más que pretención, intelectualidad vacía que intenta engendrar emoción en las palabras... La vida no me atraviesa como al poeta, a duras penas como al filósofo que halló en la lógica su fundamento ontológico y epistemológico, a ese que quita la magia a lo real, que no hace más que abstraer la carne y hacerla aire. Cuando saltas del mito al logos le quitas sazón a todo acontecer. Me declaro enemigo de la poesía aunque ella ignore por completo mi existencia.
Malditos sean ustedes poetas, poetizas y gente que entiende ese acto creador. Ojalá que esa vida que los desborda los ahogue, para que los mortales que no volamos y que estamos condenados a andar a pie, podamos sentirnos mejor con nosotros mismos. Si se acaba el color de la poesía, nosotros, los grises, nos empezaremos a ver más atractivos. Malditos ustedes los que juegan con el misterio de la palabra, los que pueden hacer que el contenido se haga forma y amasijan el sentimiento como si fuera maleable plastilina. Esos que tienen el ojo agudo y ven belleza donde yo solo veo el hollín de la ciudad.
Ustedes que no entienden que para algunos las mañanas son solo mañanas y la luna no es más que la luna. Ustedes que se detienen a ver al pájaro que canta, no como yo que paso rápido para que no me cague encima. Malditos ustedes señores de las palabras que no hacen más que recordarnos a los mortales los cortos de vista que somos.
Nunca he disfrutado de un recital de poesía donde van aquellas personas que entregan la vida declamando, porque mientras profieren sus versos que los hace dueños de lo que es humano, yo solo recuerdo mi carencia que contrasta con su producción. Tengan pues compasión de los que tienen los pies llenos de callos por caminar en el asfalto y no elevarse entre las nubes; vayan y declamen para sus adentros, o allá metidos debajo de sus almohadas... O juntense ustedes personas de poesía y vayan al exilio donde pueden exclamar sus rimas y prosas a gusto, sin humillarnos a nosotros los cotidianos, sin recordarnos lo que somos y... Sobre todo, lo que nunca podremos ser.
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