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Postsuicida

Había dejado la carta sobre la mesa, todo estaba listo. Abrió el frasco de veneno y lo observó con detenimiento.

- ¡A la mierda! - gritó molesta - ¡Jueputa! - Estampó con ira el frasco contra la pared - ¡No! ¡No! ¡No! - agarró la carta con fuerza y la rasgó desesperada - ¡No!

La sensación que invadía su cuerpo era de una profunda intensidad, parecía que su piel quería obligarla a impactar el cristal de la ventana, atravesarlo y emprender huida. Lanzó un grito hacia el techo - ¡No puede ser! ¡Todo estaba listo! ¡No puedo, no puedo, no puedo! - la muerte se alejó de nuevo de sus posibilidades. ¡No tenía otro plan! Quedó atrapada en la vida, suspendida en el fatal envoltorio del tiempo transcurriendo. El tedio empezó a escalar desde los dedos de sus manos y sus pies, y a trepar lentamente llenando cada poro que se iba tropezando en su camino. La voz rasgada no paraba de salir de su garganta. Su diafragma empujaba el aire de sus pulmones con violencia, su corazón luchaba por no astillarse con el esternón. Cayó de rodillas en el suelo y dejó derramar algunas lágrimas por sus pómulos.

- ¡No, no, no! - se levantó con dificultad y caminó tambaleándose hasta la puerta. Sentía su pulso acelerado golpear sus sienes. Caminó hacia la calle, era de noche, no había ningún transeúnte. De pronto, su abdominal, su diafragma, sus cuerdas vocales y sus cachetes entraron en terrible frenesí: estalló a carcajadas. Ni siquiera había abandonado el llanto, dicha risa no le hacía sentido. No se enteró que esta no era otra cosa que el producto del reconocimiento del absurdo: pese al odio no podía renunciar a la vida. Sus carcajadas resonaron contra las paredes de las edificaciones cercanas, algunas luces de las casas vecinas se encendieron y poco a poco diferentes siluetas se acercaron a las ventanas. Nada de ello importaba, ella solo observaba el cielo mientras alzaba sus manos y mostraba los dedos del medio hacia firmamento - ¡Ganó malparido! - exclamó entre risas y sollozos.

Algunos vecinos se asomaban con inquietud por la puerta de sus casas. Un hombre salió y se acercó a ella con el ánimo de ayudarla - ¿se encuentra bien?-. Ella seguía mirando al cielo, el llanto y la risa habían mermado, ahora solo se encontraba contemplativa - ¿señorita? - la mujer no dejaba de observar el firmamento - ¿cómo hay quienes lo quieren? - dijo de pronto con voz quebrada - nos lanza en contra de nuestra voluntad, no nos da ninguna instrucción  y luego se molesta si hacemos las cosas mal ¡cómo será de cínico el hijueputa! - el hombre la observó con extrañeza - y a mí me odia, lo imaginó allá señalándome por lo de hoy. Y ya no puedo hacer nada, anuló mi única arma, me arrebató la rebeldía - continuó sin bajar la mirada - ¡títere! ¡quedé como un títere a su merced! - al decir esto empezó a bailar sobre el asfalto, movía torpemente los brazos y las piernas - ¿Lo divierto malparido? ¿Le gusta que me haya rendido?

El hombre giró la cabeza para encontrar respuestas en los vecinos que se hallaban en sus portones, pero ningún rostro le devolvió otra cosa que no fuese confusión - Disculpe, pero es peligroso que esté a esta hora en la calle - le dijo con firmeza, pera ella continuó danzando - como pluma por la realidad, usted sopla y yo me muevo. Un navío con las velas rotas, abandonado a su destino - paró en seco, bajó la mirada- ¡pues no! ¡no, no, no!  - gritó llena de ira - ¡No le voy a dar el gusto! - dicho esto, empezó a correr. El hombre quedó atónito - ¡No la deje sola! - le gritó una mujer desde su ventana. Tardó unos instantes en decidirse, hasta que corrió detrás de ella - ¡señorita! ¡señorita! - le gritaba, pero ella no se detenía.

¡Ya me reiré en serio! ¡Ya verá! ¡Llegaré hasta usted y me encargaré personalmente de que se arrepienta! - atravesaba las calles con agilidad. El hombre la seguía, por suerte, eran pocos los vehículos que desplazaban a esa hora. Continúo detrás de ella hasta llegar a una vía principal, la vio subir las escaleras de un puente peatonal - ¡Qué va a hacer! ¡cálmese! - gritaba él desesperado - ¡Escúcheme! - ella continuó corriendo y se detuvo en medio del puente, se acercó a la baranda y exclamó - ¡mire como se rompen los hilos! ¡Allá nos vemos y arreglamos el problema de una vez por todas! - se impulsó con las manos. Él apuró el paso - ¡Qué va a hacer! ¡No! ¡No! - ella alzó su pie derecho para escalar la baranda.

.....

Cuando el hombre la alcanzó, la halló paralizada, su rostro estaba pálido y sus brazos temblando. Tenía la boca entreabierta y los párpados húmedos. Él la tomó en sus brazos y la apartó del borde - ¿Está loca? ¡En qué estaba pensando! - ella permaneció en silencio unos instantes - ¡Oiga! - la mujer estalló en llanto. Sollozaba desconsolada mientras miraba con desesperanza el cielo. El hombre, recuperando la calma y conmovido le dijo - ¡Todo está bien!¡Todo está bien! ¡Logró detenerse! -
Ella se tendió en el suelo y se acurrucó mientras apretaba con fuerza su cabello - ¡No! ¡No! ¡No! - el hombre se agachó - ¡cálmese por favor! ¡todo está bien! - ella se giró y gritó desesperada - ¡Déjeme morir pedazo de hijueputa!

Se quedó callada después de eso.

No podía derrotar a Dios...

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